viernes, 14 de septiembre de 2012

El pensamiento de los ahorcados

Algaida Editores
Tan sensual y romántica como un bolero o un beso.

Vuelvo de las vacaciones con el buen sabor de boca que me ha dejado esta novela deliciosa, El pensamiento de los ahorcados, de Gregorio León, V Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba, con la que este autor me ha conquistado definitivamente. 

Podría hablar del pulso rítmico de su prosa, de la imaginación que demuestra con cada símil o de la calidad del lenguaje con el que está escrita esta obra que logra trasladar al lector al corazón de la Habana. Podría escribir también sobre su trama trepidante, sobre la viveza de sus palabras o a cerca del humor afilado que salpica la narración. Podría, porque esas cualidades, entre otras, destacan en cada una de las doscientas noventa y una páginas del libro, sin embargo, no lo haré y me centraré en el carácter eminentemente romántico de El pensamiento de los ahorcados. Sí, romántico. Y no me refiero a un romanticismo gótico barroco ni a uno de esos que rápidamente se delatan impostados, de sentimientos exagerados y sobrecargados a fuerza de hipérboles absurdas. No, para nada, porque el romanticismo que he encontrado en esta obra es sorprendentemente auténtico, casi camicace, como debe de ser, y tan sencillo o complejo como lo es el que vemos al despegar las pupilas de las letras escritas. ¿Qué no?

Corre el año 1958, estamos en la Habana y en el cine Shanghai una película pornográfica arrasa en taquilla. Se titula Venus en el Paraíso y su protagonista, Rachel, aun sueña con ser una actriz como la gran Rita Hayworth sin saber o sabiéndolo quizás pero sin querer darse cuenta de que no es buen momento para soñar.

Rachel se convertirá en la amante de Meyer Lansky, un mafioso más peligroso que la gangrena y que mueve los hilos de la capital cubana con tanto poder como el mismísimo Batista. Pero la actriz vivirá su verdadera historia de amor en los brazos del chofer, Asdrúbal, un hombre sencillo que no entiende más que de pelota y de mecánica pero que, sin embargo, será capaz de calibrar la importancia de los versos de amor que le susurrará Rachel. A veces basta con eso para conquistar a la mujer a la que se ama. Porque Asdrúbal la amará, sí. A pesar de que para él esté prohibida, aun siendo la novia de su jefe y aunque corra el riesgo de meterse en un lío tan grande que pueda llegar a costarle la vida. La amará como no amó a ninguna otra y la deseará igual que la desearon todos antes que él pero con la legitimidad que sólo tiene el que es correspondido. 

Rachel, proyección materializada de los anhelos y de las pasiones de cualquiera, desaparece sin dejar rastro, sin más, y cincuenta años después un muchacho no descansará hasta conocer qué ocurrió con aquella Venus que sólo llegó a rodar una única película. Yo ya lo sé porque no pude parar de pasar páginas hasta descubrirlo.

Rachel me parece todo un acierto como personaje pues además de ser tan misteriosa y enigmática como el propio deseo, cuenta con la hermosura, el martirio y las contradicciones del amor. Son esas pinceladas, seguramente, las que hagan tan fácil y natural la empatía con ella. Y es que la cubana, la eterna chica del gánster, la diosa maldita por su belleza, representa precisamente a todas las Venus atrapadas en Paraísos tan falsos como monedas de cartón o como decorados de cine porno.

Como digo, más allá de la mafia, de los hoteles de lujo, de la prensa rosa o del Malecón, El pensamiento de los ahorcados es una novela sobre el amor, que sobrevive a guerras, a revoluciones y a todos los dictadores. ¿Qué no? El amor no cambia con el tiempo sino que somos las personas las que variamos, envejecemos y olvidamos pero el amor sigue siendo el mismo que conocieron nuestros abuelos, permanece temerario, fuerte, valiente o cobarde y por más vueltas que se empeñe en dar este mundo de locos seguirá haciéndonos perder la cabeza por ese ideal, esa Venus o aquella Wendy de Peter Pan que atesoramos con usura bajo la coraza de cinismo y frivolidad que nos crece con los años. Ahí dentro, entre todas las decepciones y las soledades, seguro que aún nos queda un hueco para el romanticismo. Esta novela, desde luego, sabe encontrarlo.

Como curiosidad contaré que el otro día, en el barrio de St Germain-des-Prés, muy cerca de la plaza de St Suplice entré en una librería y, al asomarme a las novedades, topé con El último secreto de Frida K., la última novela de este autor, Gregorio León, traducida al francés.

Podría decir que lo compré porque puedo leerlo como si estuviese en Español, pero lo cierto es que no, que sólo fue un impulso romántico. ¿Qué no? Aquí está el documento gráfico.