Un estribillo desde el fin del mundo. Un regalo muy especial.
Seda de Alessandro Baricco no parece una novela. Tampoco un cuento. Más bien es como una canción. Si el sonido de la música pudiese ser escrito, si pudiese ser nombrado en un lenguaje sordo se llamaría Seda.
El autor trae la historia de Hervé Joncour, quien la necesidad lleva a emprender un viaje a Japón, y quien allí encuentra la cara irracional del amor, expresión furtiva de nuestra esencia animal y motor velado de las grandes decisiones. Si tuviese que ser nombrado lo llamaríamos deseo. Y lo encuentra allí, en el fin del mundo de una época en la que la luz eléctrica era una hipótesis y un Pasteur prehistórico se ganaba un hueco en la ciencia con un misterioso artilugio llamado microscopio.
La historia es narrada en tercera persona con una prosa delicada, atractiva y sensual y nos hace pensar en la verdadera condición del amor y, a su vez, en el amor sin condiciones. Nos conduce a reflexionar sobre la materia de la pasión y nos hace caer en la cuenta de que ese Leitmotiv reside en cada individuo y somos nosotros mismos quien desencadenamos esa maravillosa locura. Capaces de proyectarla somos, sin embargo, presas de ella sin poder evitarlo.
Seda hay que leerla despacio, con atención. Es una lectura para saborear cada palabra, perderse en su universo de estrofas y desembocar en su sabio estribillo. Debemos dejarnos liberar de las etiquetas, de la cabezonería del ser humano por nombrar lo que le rodea. Si no tiene nombre nos da miedo.
Este relato debiera tener un nombre mudo, uno que fuese como acariciar el vacío.
Una obra demesita directa al corazón.